sábado, 2 de mayo de 2009

Puro sueño

Puro sueño

…porque habréis visto ya la verdad con respecto a lo bello.

“…pura ilusión, puro sueño, es decir, nada.”
Louis Althusser

El hombre no inventó los sueños, más bien éstos crearon al hombre y sus usanzas. Ya Platón en el siglo IV a.C. en su Apología ponía en boca del buen Sócrates, su maestro –quien por lo demás se educó en literatura, participó en la Guerra del Peloponeso, y pasó la mayor parte de sus días en mercados y plazas, entablando discusiones con escuchas y transeúntes, amén del descuido de una adusta Jantipa y sus tres hijos; y, según dicen algunos entendidos, suerte de predecesor de Verlaine, tenía en su idolatrado discípulo Alcibíades a un probable amante–, la afirmación en defensa propia ante un ágora llenita, quizá pecando de soberbia, poca galantería y tirria frente a la justicia ateniense en pleno, con la ligera pero rotunda alusión a los sueños. Se le acusaba entre otras cosas de corromper a los jóvenes y habérselas con los sofistas; pues bien si los jóvenes se acercaban a él, era porque gustaban oírle, y no por otra cosa, examinar a los que se creían sabios sin serlo como los propios jueces. ¡Sácale roncha!
Dado lo cual de inmediato pasó a confesar lo agradable de realizar ese trabajo confiado por “el dios” gracias sin duda a los oráculos y por medio de sueños. Para lueguito nomás afirmar que de morir condenado, quizá se le hacía un favor ya que él gran esperanza tenía que su muerte no sea sino un bien. Una de dos: el muerto no es nada ni siente nada, o, su alma cambia de residencia; y, más bien, experimenta ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar. Entonces efectivamente el morir sería para él una ganancia maravillosa. ¡Uy, uy, uy! Y luego, claro, sin duda lo condenaron a beberse el veneno mortal, ese nombre te han puesto.

Por otro lado se puede afirmar que en los años de su vejez Platón, seguidor de su maestro, era todo cautela, reserva y suspicacia, y, aunque no había abandonado su consideración de la reforma del Estado, pues trabajaba en Las leyes; en La República o Res publica, el anciano y solitario erudito había sentenciado la búsqueda de un principio de vida social en un “Estado perfecto”, así se puede llegar a afirmar “sin temor a equivocarse” que según el filósofo griego partidario de la aristocracia donde se preconizaba el recto y buen gobierno, en consecuencia, estaba casi casi prohibido soñar por toque de queda. A saber los dos temas del tratado de La República, son la construcción de la ciudad ideal y la institución de una norma de vida individual y humana. ¡Orden es orden!, ya lo había dicho interpretando al sabio griego en su momento Sir Winston Churchill o Bertrand Russell, uno de los dos, siempre me equivoco.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes pétreos de la interpretación del más famoso diálogo platónico de vejez en el que resume los conceptos expuestos en sus diálogos anteriores, desde el título hasta la concepción política del filósofo griego y ello tiene el ingrato inconveniente de sugerir inoportunas representaciones; pero en fin de lo que se trata aquí es de hablar de los sueños y no de otra cosa; pero antes vamos corriendo a un mensaje interesante. Silencio absoluto: en ese tratado de medicina política que es La República o como se llame, se menciona el sueño unas treinta veces, aquí sólo la primera alusión. Empieza en el libro VII, cuando Sócrates hablando de la educación, el gobierno de la ciudad, la justicia y el bien, cuenta a un condescendiente Glaucón, hermano del autor, el famoso “Mito de la caverna”.
Le invita a su contertulio a imaginar una larga entrada que da a un socavón subterráneo por la que se cuela un hilo de luz proveniente de una fogata que arde tras una mampara. Al fondo unos hombres –ahí no había mujeres– viven una suerte de pesadilla sin saberlo, están atados desde niños de manos y pies sin poder volver la cabeza, de modo que sólo pueden ver las sombras de la luz proyectadas por el fuego sobre la parte de la gruta que está frente a ellos. ¿Qué otra cosa van a ver? Así si fueran liberados y curados de esas antinaturales tinieblas y ascendieran a la luz, ésta destellaría en sus ojos, provocarían urticarias oftálmicas y de pronto no podrían ver los objetos cuyas sombras proyectadas antes veían cual film en cinematógrafo antiguo.
Si se llevara a alguno de ellos a jalones de las orejas hasta la claridad, sufriría a desmedida y, una vez llegado a la luz, el resplandor le saldría por los ojos como el brotar de capullo de flor que precisaría de un oculista urgentemente y no sería capaz de ver ni una sola de las cosas. Aunque no sería muy corto el tiempo que requiriera para ceder a la costumbre, si éste regresara a la caverna acaso daría que reír y se diría que ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena intentar semejante ascensión. ¡No suban, no suban! ¡Peligro! Y, aludiendo a la muerte del buen Sócrates, asevera que matarían a quien intentara desatarles y hacerlos ascender.
Así afirma el bueno de Platón quien –a pesar de que proponía una renuncia a la libertad de la literatura en búsqueda de una sociedad más justa– leía al ciego Homero del cual dice condescendientemente que preferiría resuelto y decidido ser siervo en cualquier campo de labranza sin caudal alguno o sufrir un pesaroso destino antes que vivir enceguecido en aquel mundo de sombras. ¡Apaguen la luz!
Dado lo cual, concluía el viejo maestro, era labor de ellos obligar a los mejores que lleguen a la luz del conocimiento, vean el bien y verifiquen la ascensión; y, que se queden ahí y no bajen junto a los prisioneros así sea mucho lo que estos valgan, en bien de la sociedad entera. Pero ojo, cuidadito, los que se han educado así mismos en estas materias para gobernar, en calidad de jefes y reyes, mejor y más completamente instruidos, son los más capacitados de participar tanto en luz como en tinieblas; por tanto cada uno se tiene que acostumbrar a ver entre la lobreguez y distinguir cada imagen real. Caminante no hay camino se hace camino al andar y seguir adelante.

“…porque habréis visto ya la verdad con respecto a lo bello y a lo justo y a lo bueno. Y así la ciudad nuestra y vuestra vivirá a la luz del día y no entre sueños, como viven ahora la mayor parte de ellas por obra de quienes luchan unos con otros por vanas sombras.”

Del viejo Platón se sabe que vivía acompañado de unos cuantos esclavos y de la sierva Artemis su ama de casa, y aun entrado en años el anciano limitaba las horas de su sueño conservando su imagen de existencia consagrada al estudio y a la contemplación, único ideal que le permitió realizar sus sueños. Cicerón ha llegado a afirmar que “murió escribiendo”, aunque alguno otro asevera que minutos antes de su muerte “se durmió para no despertar más en un banquete nupcial”, tal vez en alguna aburrida boda de cierta sobrina suya. Yo creo que se durmió sencillamente para soñar.~

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