miércoles, 24 de junio de 2009

Del AMOR Y LA PERSEVERANCIA

J25062009

En el verano del 2003 El Paraíso recuperado (historia libresca de un ladrón) ganó los Juegos Florales de la Universidad de San Marcos, a la entrega del galardón leí un discurso durante la ceremonia de premiación el cual fue ovacionado por algunos y duramente criticado por otros. Este tuvo luz sólo en la revista Puerto de Oro. Aquí realizo la reproducción total del mismo:

DEL AMOR Y LA PERSEVERANCIA

Acompañado de mi madre y ambos flanqueados por el escritor Carlos Eduardo Zavaleta y el Dr. Luis Miguel Inka Pilco
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"Más ahondamos en nuestro corazón,
más ahondamos en el corazón de cualquier ser humano"
Kierkegaard.


SI RESUMIERA EN UNA FRASE MIS SENTIMIENTOS esta sería una larga e interminable expresión de gratitud. Hay algo conmovedor en obtener un premio llamado los Juegos Florales de San Marcos, que evoquen el nombre del ilustre historiador tacneño Jorge Basadre, ése excelso héroe intelectual que tanto hizo por la cultura de nuestro país, y recibirlo en la Facultad de Letras de mi alma mater cuna de intelectuales de gran talla. Agradezco a la Universidad de San Marcos por esta premiación. A ella le debo gran parte de todo lo que he aprendido en materia literaria en estos últimos años, por ejemplo que un escrito que convence a un grupo selecto de lectores y es tildado de ‘bueno’ puede estar atiborrado de frases banales, que uno debe escribir como le venga en gana y que en el arte literario el todo no es la suma de las partes.
Nadie merece un premio, la creación en esencia es siempre colectiva. Quizá quien merece este premio -apenas un episodio en la historia literaria del país- sea la generación a la que pertenezco, de creadores que recién se inician; convencidos de que la creación es un aprendizaje interminable; aquellos que nunca se cansan de hablar de literatura; que insisten y perseveran; que decididos, jamás desertarán; esos que usurpan las vetas del trabajo para llenar una hojita en blanco: en el rincón solitario de su alma abandonada; que son conscientes de que nunca se alcanzará a los maestros, privilegiados con la inmortalidad; que los cuentos, novelas, en fin escritos hayan ganado o no una premiación no significa que el reto no siga vigente; que la personalidad cuenta mucho; que un libro no empieza en su primera palabra, ni termina en su última página; que la ficción tiene existencia propia y los personajes viven mas allá de nosotros compitiendo con la realidad concreta de donde han salido; que el momento más prometedor de la creación es cuando el personaje reclama su personalidad genuina y nos desobedece; aquellos que hemos elegido la literatura como un destino y sabemos que los libros, son seres maravillosos, encantadores; pero sabemos sobre todo que los libros no son los hombres, que no son mas que medios para llegar a ellos; que quien ama a los libros y no ama a la humanidad, es un fatuo condenado dentro de su propia cárcel humana.
Porque el terreno en el que tenemos que movernos los escritores o los intentos de escritores en el Perú es tremendamente terrible, desgarrador, inédito, ¿no es verdad? El desamparo de la literatura en el Perú. Huérfana, ignorada, desdeñada por todo tipo de apoyo, malvive por suerte y conjuro de milagro, amor y perseverancia: esfuerzos inconfesables que son flores en un desierto. En este desierto cualquier intención a favor de la creación literaria o artística debe ser aplaudida contra la barbarie no sólo política, económica sino también cultural. Todo aquel que sea invitado a mantener -con una distinción de esta categoría- viva el alma de nuestro país debe sentirse comprometido.
Así de pronto uno se encuentre solo y se dé con las dentelladas y las zancadillas de la vida literaria, los enemigos de la promesa, "las tentaciones del fracaso", los enemigos de la literatura. Pues no faltará quien diga: ¡Escribiste, qué te crees Shakespeare, Proust, Chejov, Amiel, Chateaubriand, Cervantes, Rimbaud! En ese terreno se tiene que mover uno que recién empieza, en la tragicomedia de este mundillo literario: infierno mucho más triste, egoísta, desdichado y miserable de lo que uno imagina, un túnel donde las almas no pueden ni siquiera mirarse; pero el importante, ya lo sabemos, es el escritor que escribe y persevera, el escritor total, ése escritor del amor y la perseverancia que no se deja vencer ni amilanar ni siquiera por la apreciación que tiene de sí mismo.
Quiero decir que de las grandes influencias uno tiene que deshacerse, las verdaderas influencias son a las cuales no le rendimos culto jamás, aquellas que nos revelaron que tenemos algo abordable literariamente, que nos impulsan a avanzar más allá de donde habíamos sospechado llegar, que nos empujan a escribir, que nos dan entusiasmo, que nos justifican siempre.
Toda crítica debe ser forjada como arte, debe tamizar construyendo. Los críticos producen los lectores de este país y qué poco han producido, sólo paraísos de ignorancia y miseria cultural. Uno entonces debe envalentonarse contra ésos teóricos embrollados con vocación de eclipse o asesino, censores de pluma biliar intoxicada de racionalidad, funcionarios del pensar "literario" que se supone son la criba estética: jactanciosa, pedestre, ignara, dama de reseñas castrantes.
Bien sabemos, la literatura triunfa ante la muerte; pero al parecer los dioses no consienten –a no ser de algunas excepciones- que ciertos críticos deshonren a la misma. Y allí, están vivos, después de haber fatigado la infamia.
Uno no puede permanecer inerte, resignado mientras su país deja decaer la literatura, despreciada como cuando un médico permanece quieto o satisfecho ante un niño que muere de tuberculosis. Pedirle quietud al arte es como pedirle a una criatura que deje de crecer.
Quizá sea difícil la comprensión de la indignación que suele provocar el decaimiento de la literatura; pero los hombres que entiendan y comprendan lo que esto implica, y, al fin que lleva, asentirán. Es casi imposible expresar la indignación sin que se nos denomine “amargados”, “pesimistas” o algo por el estilo. Felizmente la Universidad de San Marcos con la renovación de sus Juegos Florales resta la indignación.
Debemos ir a la literatura como un Quijote "buscando una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores es árbol sin hojas y sin fruto/ y cuerpo sin alma". Ser perseverantes en la defensa de nuestra vocación. Formar una escuela más allá de las aulas. Comprender este naufragio de la creación y de la vida, pues la labor más importante de un escritor será siempre la del cuidado y mantenimiento del espíritu humano. Esa es nuestra tarea, la más importante que nos ha tocado vivir. No es fácil escribir. Cuando más consciente es uno de lo que escribe más difícil se torna el oficio y uno se percata, en la soledad y en público, de la falta, la carencia, la orfandad de palabras.
Con una infancia desarrollada entre un universo de personas abrumadas de recuerdos de inmigrantes y esplendores de sendos tiempos remotos, siempre tuve el deseo de ser explorador, como un fugitivo personaje de esas novelas de aventuras en tierras lejanas, viviendo miles de experiencias inesperadas, sólo para contarlas. Esto viene sumado a una anécdota infantil. La realidad, como siempre es más interesante, y sólo por eso quiero contarles tal como sucedió. Una noche me escapé al puerto para ver el estertor de las luces de las barcas chimbotanas allá en la mar. Unos hombres sentados en unos baúles jugaban a las cartas. La noche, la zozobra nocturna era una constante. Cuando de pronto un indio como de unos dos metros saltó de entre las sombras, le dio una puñetada a uno de ellos, el más indefenso. Supe que éste había perdido una apuesta. El indio sacó un reluciente cuchillo y ante mis aterrados ojos de mozuelo agazapado, le dio de puñaladas con una furia mordaz e infernal. Marché a casa confundido, identificándome profundamente con el asesino y la víctima: a ambos les di la razón -allí ya había un escritor en ciernes-; y se lo conté a mi madre, la persona con quien me he entendido y mejor comunicación he tenido jamás. Vi al inventor de la muerte y con ello también comencé a elaborar mis recuerdos, en esa familia donde todos vivían de los recuerdos, mi primera y gran influencia literaria. O a esa otra oportunidad cuando vi a un campesino sentado en una piedra al borde de un camino, allá en las serranías, que junto a su caballo lloraba porque las espigas del trigo flameaban de belleza -después comprendí que la belleza es incomprensible. Pero el momento más decisivo de mi vida fue aquella tarde de otoño en la que tímidamente confesé a mi padre que quería ser un escritor mientras éste se desahogaba dándole firmes golpes a su máquina de escribir, en su oficina, y, para ahorrarse el esfuerzo insólito de la indignación, la levantó y la lanzó por los aires y la máquina voló en pedazos al caer contra el duro piso.
Entonces me convencí que esto debiera de escribirse y no sólo eso sino que en mi próxima reencarnación querría ser escritor con esa obstinación y persistente pasión que caracteriza a los iniciados.
Los personajes protagónicos de una ficción son siempre reencarnaciones del yo más recóndito del escritor, hipóstasis del autor y éste siente que sus personajes son sus hijos, quiere a todos: tanto al verdugo como al generoso; ama a sus criaturas y se siente tan intrigado como frente a un ser de carne y hueso. Estos cada vez se parecen más al creador. Y contra toda creencia el personaje va pariendo al creador y éste así va obteniendo el rostro de su obra; pero a la vez el personaje es una prolongación del escritor. Por ello debemos regresar al autor, a ese concreto ser humano que está detrás de la creación, para que nos muestre quien es como ciudadano de su tiempo, y sin el cual la literatura no existiría.
La literatura no existiría también sin lectores, claro está. Lo fundamental es que en el futuro haya lectores. Pero, ¿alguien ha preguntado alguna vez quienes son los creadores? ¿Qué sueños, valores, creencias, esperanzas, ideas, frustraciones albergan?
El poeta Paul Valéry, escribió hacia 1938: “La Historia de la literatura no debería ser la historia de los autores....sino la Historia del Espíritu como producto consumidor de literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo escritor”; estoy rotundamente en desacuerdo con esa postura de Valéry, así como con aquellos que dicen que: “la literatura está limitada a producir textos sólo para satisfacer la necesidad de diversión de la sociedad” y aquellos otros que afirman que “en un país como el nuestro donde la carrera literaria apunta hacia destinos no literarios, el primer deber de un escritor es dejar de escribir.”
Uno en contrarresto debe escribir más, eso debe ser aliento para coger pluma y papel y lanzarse contra los molinos de viento de la desidia literaria. Regresemos al autor y vayamos a la literatura como se va al amor, a la vida y a veces a la muerte; vayamos a la lectura, a la escritura como se va a lo más importante en nuestras vidas. Recobremos al ser que pudimos ser, escribamos, pues todos los hombres nacemos poetas.
¿Qué es la literatura? Todo. Idioma cargado de sentido. La mejor respuesta ante el infortunio y la frustración. ¿Qué es escribir? Todo. Escribir es también irrumpir en la vida de los demás. Proyectarse en una obra, un contacto con otros seres humanos. Transmitir infatigablemente ese interior que nos otorga el vivir. ¿Qué es la escritura sino un modo, el más efectivo, de acercarse a los demás y a uno mismo? ¿Qué sería de la vida sin esos fascinantes seres que nos transmiten narraciones cautivantes, que nos enriquecen tanto y nos permiten soñar? ¿Qué sería del mundo sin sus creaciones?
Por aquella desanimada apreciación del quehacer literario quizá somos un país literariamente frustrado. Ese es otro de nuestros dramas nacionales. Si nos preguntamos si el mundo está pendiente de nuestra literatura; qué pocos nombres tendríamos como respuesta. No ha surgido una crítica seria, ni existen las condiciones para que se dé entre nosotros esa maravilla que es el escritor profesional. Lo más saludable que puede ocurrirle a la literatura peruana es la aparición de una crítica no apoltronada, no interferida por intereses extraños, relaciones amicales o parcialidad política.
Por lo tanto el hombre o mujer que en su fuero interno sienta esa pasión embargadora, se pregunte y se responda que sí es un creador, que sí es un escritor, está obligado a ser responsable (a estar comprometido) sobre todo ante sí mismo, aunque la palabra compromiso se haya convertido en una palabrota en nuestro tiempo.
Creo en el poder de la palabra. La literatura y la palabra no son retrógrados. Las palabras son acciones; a través de lo que los creadores literarios escriben no sólo se brinda bienestar, placer sino también perspectiva, imaginación, ideas, angustias, esperanzas, testimonios del espíritu de nuestro tiempo, incluso se puede cambiar la correlación de los hechos históricos.
Hay una característica que une a los escritores: Que no necesitan de escuelas, de universidades, de programas para mantenerse vivos, consubstanciados con sus creaciones, yaciendo entre el polvo de una biblioteca habrá un remoto lector (no aleccionado; pero honesto) que los desenterrará y los actualizará y los dará a luz. Por esa secreta esperanza es que se persiste y persevera siempre: encontrar a sus lectores a pesar de todas las utopías del mundo.
Ahora que se habla del fin de las creaciones literarias y del libro en general existe una secreta esperanza que surjan escritores en contra del olvido y atentos a su tradición, que trabajen por construir mundos infinitos que la dimensión fabuladora del espíritu les brinda, entonces el porvenir de la literatura estará asegurado.
Quizá deberíamos considerar como dice Camilo José Cela que “Debemos ser más modestos, y conformarnos con pensar que el escritor no es más que un ser desdichado e infeliz que nació para ‘imponer’ y se quedó varado en el camino...”. Podemos quedarnos varados en el camino con nuestro amor y perseverancia, heridos, pero jamás infelices sino totalmente felices pues la literatura es lo mejor de nuestras vidas, de la cual, y para gloria mía, nunca he de salir pues sólo quien escribe y ficciona existe a la vida. Muchas Gracias.