sábado, 2 de mayo de 2009

El mago frágil

El mago frágil

...se suicidó hace dos días en plena función.


Era domingo como hoy cuando lo veía, mientrasf los vecinos del conglomerado habitacional donde vivía competían con sus potentes equipos musicales y cantaban los populares estribillos de cumbia loretana. Casi imperceptible se escabullía el delgado e inquieto esposo del matrimonio más joven de los que habíamos decidido habitar ahí. Vestía de negro, llevaba un pin de naipes en la solapa. Jesús Condori Malpartida, mago de profesión, artísticamente "Beethoven" decía no estar lejos de David Blaine o el mismo Copperfield, es más quería ser el mejor del mundo. Yo no sabía si estaba presente o era uno más de los posibles trucos de magia a que nos tenía acostumbrado el cable y que bien podría ser patrimonio también de un huanuqueño como él.
Su centro de trabajo era cualquier portal de mercado donde solía reunir a una muchedumbre, decenas de curiosos, jóvenes y niños, que terminada la función lo seguían por las calles y le pedían autógrafos. Una mañana lo acompañé como utilero a una de sus funciones y me percaté que su labor en realidad consistía en intrigar, primero, y entusiasmar, después. De inmediato presentó a Sufi una mansa paloma blanca, la cual podía atravesar vidrios, tal vez paredes como si se tratara de un ánima. Hacía tocar al público los objetos que usaba para hacer ver que no era un truco lo que iba ha realizar. Enseguida Sufi, atravesaba el vidrio como impelida por una fuerza sobrenatural. Un halo de misticismo rodeó el acto aquella vez y el aleteo de la paloma al otro lado del vidrio rompió el silencio después del desconcierto y el ferviente aplauso.

Boquiabierto como me quedé, estuve a punto de tomar la palabra, elogiarlo ahí mismo, sintiéndome como un personaje de La Strada de Fellini; pero había que cuidarse no iba a ser que de otro soplido desaparecíamos de pronto, cuando de refilón aparecía otra paloma de entre sus dedos, mientras ante nuestra vista inquisidora en un santiamén había hecho desaparecer colorados pañuelos de un solo movimiento. El asombro seguía y se quedaba ahí por unos minutos. ¿Cómo lo hizo? "Siempre trato de hacer lo imposible", me dijo esa vez. La magia, era su fuente de vida, su profesión y como buen mago siempre trató de hacer lo imposible para vivir en este país, nada más difícil y complicado. A duras penas hubo aprendido el arte de hacer aparecer dinero de su profesión como si fueran los pañuelos, cartas, monedas, bolitas que fluían por entre sus dedos como agua; y, así fue adquiriendo destreza, venciendo errores y vicios un día ya no sabía donde se encontraban. Sus manos habían logrado ser más rápidas que su vista. Fue una lucha contra el espejo.
Se vino desde su natal Huanuco a estudiar y a conseguir un "futuro mejor", porque en provincia sólo estaba destinado a perecer entre chacras y trabajar para otros. Una noche viendo un especial en la televisión, un tipo en traje de etiqueta enlazaba y desenlazaba enormes aros mágicos. Allí mismo decidió ser un mago como el hombre de la televisión. "¡Seré mago!", exclamó Jesús y se lo contó a su señora. Ésta un tanto conmovida, esperando otra solución al coste familiar, le dijo no conocer ninguna institución que se dedique a contratar magos, que mejor era invertir el poco dinero que aún les quedaba en estudiar; pero él no hizo caso y pensó que hizo una muy buena elección. Hasta que una tarde decidió salir a la calle a trabajar y la perseverancia terminó por hacer de él un mago. Dejaron la casa de su tía adonde habían llegado como inquilinos. No se desalentó. Porque él había renunciado de estudiar por falta de recursos económicos y el embarazo de su señora seguía. Desde aquel entonces la magia se convirtió en una pasión para él.
En su habitación alquilada vivía con su señora y su pequeña hija. De gustos refinados era el único vecino que escuchaba música de cámara, aunque no negaba escuchar todo tipo de música por razones laborales, tenía libros y coleccionaba revistas de magia, que yo desconocía. Siempre tuve la impresión de que Jesús Condori Malpartida ese muchacho que era mi vecino, de veinticinco años de edad y dos de estar haciendo las veces de mago, que todos los días en algún mercado de Lima despertaba la emoción y alegría de las amas de casa y regresaba a su hogar con algunas monedas para poder mantener a su esposa y su hija que lo esperaban con la certeza de que había hecho mucho más para ser feliz tras la lucha para sobrevivir, era una alma sólida, pero me equivoqué. Jesús con esa terquedad apasionada con que se pasó un año entero frente al espejo entrenando el difícil arte de hacer desaparecer las cosas, se suicidó hace dos días en plena función. Ha dejado una carta a la humanidad que me ha mostrado la desconsolada viuda. ¡Maldición! ¡Increíble!
El país está lleno de esas muestras, seres que sobreviven a duras penas, con sueños pero sin dejar apenas memoria y caminan por las calles en busca del sustento diario sin saber si lo conseguirán y a pesar de la sonrisa ante tan inadecuado contraste insoportable que es la existencia peruana. Es verdad, parece una canción de Violeta Parra, un pasaje literario de Opiniones de un payaso, una novela de Henrich Böll, e incluso de Hambre esa otra genial novela de Knut Hamsum, pero en realidad por la procacidad tintinea fuertemente a literatura light, ésa complacencia de algunas generaciones jóvenes. Y es que la condición social de nuestro país de pronto se ha convertido [¿desde cuándo?] en muy mala literatura de una crudeza atroz e inhumana; pero es verdad la vida peruana está así liberadamente cargada de un simbolismo tan indudable que resulta redundante hacer hincapié en él, y, finalmente, por eso mejor uno funestamente se calla, porque no sólo ocurre en los portales de los mercados de los barrios suburbanos, a plena calle sino también en todo el mundo y se toma con esa falla programada de indiferencia infame en lo que suele pasar al lado, sin siquiera percatarnos.~

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