lunes, 18 de mayo de 2009

¡Mario Benedetti, vive!

¡Mario Benedetti, vive!


"Yo no tengo vergüenza de ser sensible"
Mario Benedetti

Hace tan solo ayer comentábamos con el irremediable bohemio Jorge González Ampuero, en su casa, sobre la presentación que habría hecho él, como moderador, al tener frente a sí en el Centro cultural de España, a Vargas Llosa. Mi amigo con una reacción muy vivaz a pesar de su enfermedad dijo que él hubiera simulado cometer un error al sorprenderse de ver al escritor peruano en vez de su querido García Márquez; fue cuando le dije que mayor aceptación tendría suponer que hubiera sido el otro Mario, quizá más universal que el peruano: Mario Benedetti, a quien leíamos en la universidad y de quien conseguí un disco de sus poemas de El amor, las mujeres y la vida, ese libro de cabecera de tantos amantes y que -recién iniciados mis estudios de Filosofía- me sirvió para aprobar más de un curso y arremeter contra ese pesimismo voluntarista y contagioso de Shopenhauer, el filósofo alemán, y sobre todo recuperar algún viejo amor para perderlo después.

Escuchábamos sus poemas en grabadoras portátiles en plena clase del integrado de Letras; y alguna vez en un recital el poema A la izquierda del roble, aquella oda que inserta esa balada que dice: “Para mí que el muchacho está diciendo lo que se dice a veces en el Jardín Botánico: Ayer llegó el otoño/ el sol de otoño/ y me sentí feliz/ como hace mucho qué linda estás/ te quiero…”, fue el centro de la atención de los novísimos y jóvenes poetas, así por ello muchos músicos como Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Susana Baca y Tania Libertad entre otros hicieron canciones con sus poemas de amor y rebeldía.

Los versos de Mario Benedetti me ayudaron a vivir en una Lima convulsa; el viejo bonachón con su voz, su postura política nos estaba enseñando nuevamente el amor y la forma de ver las cosas, el detalle en lo cotidiano y la sencillez de la vida y la palabra para enfrentar la propia vida. Su poema Te quiero fue desde aquel entonces una suerte de consigna propia que cada uno de los sanmarquinos de los años noventa tomamos casi como himno de amor. Al menos a mí me permitió mantener uno y recuperar las cenizas de otro para luego recurrir a un tercero y no menos doloroso.
El hecho de ser muy conocido por su poesía de una diafanidad lingüística y por ello penetrante, no hace que Benedetti, autor fecundo y polifacético: poeta, novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista, sea menos logrado literariamente, ya que, lo comentábamos con el maestro Antonio Gálvez Ronceros, es autor de un excelente libro de cuentos: Montevideanos entre otros ochenta textos que prolíficamente escribió. Acercó la poesía a todos los ciudadanos del mundo y fue consecuente con su compromiso cívico y político, demostrando una humanidad y generosidad destacable entre los creadores.
Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920, en Paso de Toros, en Tacuarembó (Uruguay); y sus padres, siguiendo una costumbre italiana, lo bautizaron con cinco sonoros y literarios nombres: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno. Su novela La tregua, que leímos con algarabía, le hubo de dar el reconocimiento internacional que ostentaba con sencillez desde allá por el año 1960. Su producción poética fue galardonada por el Premio Reina Sofía en 1999, y entre otros reconocimientos, en el año 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, se le concedió la orden venezolana Francisco de Miranda, en su Primera Clase, la distinción más alta que otorga el gobierno de ese país, por el aporte a la educación y el progreso de los pueblos; pero a la vez el poeta fue golpeado por su actitud crítica de tal suerte que conoció el exilio durante diez largos años. Benedetti tuvo que abandonar su país tras el golpe militar de Juan María Bordaberry en junio de 1973, y la dictadura lo persiguió por distintos países, incluido el Perú (se exilió en un departamento de la avenida Shell en Miraflores donde fue detenido), para hacerle cumplir la condena a muerte expresa que pesaba sobre él, acusándolo de sedición. Luego se dirigió a Cuba, y tiempo después desembarcó en España; aunque él desde entonces haya manifestado ya que no tenía actitud subversiva sino crítica.
A saber Benedetti, a los 15 años, se desempeñó como contador, cajero, taquígrafo y vendedor. Comprometido con su propia obra y activista de izquierda, en el año 1959, el poeta viajó a Estados Unidos, a pesar de las negativas de las autoridades americanas para concederle el permiso. Con la Revolución Cubana en pie escribió precisamente ese libro de cuentos muy logrados de nombre propio: Montevideanos.
En el poema Boda de perlas, firmado un 23 de marzo de 1976 da cuenta, en buena parte, de la existencia suya y de su vida en treinta años al lado de Luz López Alegre, aquella mujer a la cual un jovencísimo Mario escribía poemas de amor y que ella nunca contestó, dice: “…cuando la conocí/ tenía apenas doce años y negras trenzas/ y un perro atorrante/ que a todos nos servía de felpudo/ yo tenía catorce y ni siquiera perro…”. Y luego de treinta años más, justamente en abril de 2006, falleció Luz, su entonces esposa y compañera de toda la vida, de tal suerte que el poeta, que alternaba entre Madrid y Montevideo, se trasladó definitivamente a su residencia, en el centro de la capital uruguaya, a pesar del frío de la ciudad; y con motivo de esa partida donó parte de su propia biblioteca al Centro de Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Alicante el cual lleva su nombre.
Lo último que supe de él es que estaba muy delicado de salud y que salió bien librado de una recaída, y el mundo entero de la literatura hizo un fuerte lazo de deseo de mejora, pero la realidad es que se reestableció como para despedirse, cuando ya el poeta trabajaba en un nuevo libro de poesía, cuyo título era Biografía para encontrarme. De este suceso acaecido con el poeta urugayo, el escritor José Saramago ha dicho: “Siempre quedaba esa ingenuidad que es pensar que lo inevitable se puede posponer, pero no se puede, y cuando llega, como acaba de llegar para Mario, es muy duro”.
La capilla ardiente y los restos de Mario Benedetti serán velados en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, en la sede del Congreso uruguayo, en Montevideo, hoy, para recibir el homenaje de sus conciudadanos. El poeta de espíritu joven, casi de niño, nos enseñó humanamente a amar, ver el equívoco y resucitar el afecto, y ahora nos enseña a añorar su presencia consabida. La literatura de todo el mundo pierde sobre todo a un hombre cabal y de primer nivel. Quizá, es verdad, la ingenuidad nos hace creer que los grandes y muy profundos seres humanos no mueren; pero la muerte siempre hiela, poco, mucho o muchísimo. Mario falleció en su hogar ayer por una insuficiencia renal en Montevideo a los 88 años de edad. Adiós, amigo, corazón coraza; ahí estaré para conversar, como en ese hermoso poema tuyo: “…no creas nunca creas/ este falso abandono/ estaré donde menos/ lo esperes…”.


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