sábado, 2 de mayo de 2009

¡Prohibido leer!

¡Prohibido leer!
...¡Dios santo, un libro que no había leído!


A mi estimado y apreciado amigo
el maestro chileno Ricardo Samsó M.

"Si leen nuestros libros y nosotros los suyos,
vamos a hablar de cosas profundas."
Amos Oz


Cómo olvidar el primer libro que uno leyó. Era una preciosa edición de Santillana que me regaló mi madre en mi cuarto cumpleaños y que después de alguna mudanza ya no he vuelto a ver. Tenía una bella portada a colores donde dos hermanos nativos irrumpían por entre un bosque de la selva. Ilustrado con toda suerte de viñetas de mitos, leyendas y acertijos, me sumergía por horas enteras en él entre sueños y quimeras. Fue maravilloso porque ese texto inaugural me remitiría a otros libros, a una hilera encantadora e interminable de textos en realidad. Cuando somos niños todo escrito está ahí entregado a la adivinación: nos indican el futuro e incluso influyen en él. Recuerdo que virginal me abandonaba a un júbilo inusitado al encontrar en un anaquel cualquiera un libro que aún no había leído. ¡Dios santo, un libro que no había leído! ¡Libros! ¿Qué extrajimos de ellos? ¿Al cabo de los años acaso algunos de nuestras diligencias cotidianas se podrá comparar con la entrega y abandono a esa delicia lúbrica, a esa exquisita taquicardia de nuestras primeras lecturas?
La actitud de curiosidad suya de leer estas líneas es señal de su pertenencia al mundo de las letras y del libro en general, aunque la humanidad sigue perteneciendo en su mayoría a las culturas orales; pero el reino de la palabra escrita, en épocas alfabetizadas aunque un tanto falaz sigue y confío que seguirá en pie. Usted, amable lector, se asombrará de encontrar el calificativo y es que adjetivo certeramente ya que se escribe y publica mucho; pero se lee poco y se relee aún menos cuando el arte de la escritura es respuesta a la diestra relectura.

No se sabe con exactitud cuantos de los antiguos griegos podían leer, pero sí que los sofistas leían en voz alta a sus alumnos. Si confiamos de la tradición las obras de Protágoras fueron quemadas por razones de ateísmo, lo cual querría decir que la publicación de pergaminos y su venta a propietarios privados era una realidad. Ya en algunos de los Diálogos platónicos (Protágoras y Fedro) y en las cartas II y VII se da cuenta del saber libresco de los sofistas así los helenos contaban con textos filosóficos en forma de rollos; del mismo modo ya en el Eclesiastés -que a saber data del siglo III a.C.- se decía que componer libros era una labor sin fin.
Basta recorrer las estanterías de cualquier librería grande de la gran capital y ver hileras interminables de obras. Para un escriba común y corriente entrar a una librería es terrorífico y castrador. Después de salir de una visita cuántas veces uno se ha jurado no escribir más. Es como "la antesala del olvido" -decía el excelente cuentista J. R. Ribeyro- pues en ellas se ve que los volúmenes se disponen a su muerte definitiva, a veces antes de haber siquiera realmente existido; aún así siempre se está en busca del ejemplar total y ha habido muchos bibliómanos célebres en la historia literaria: Kipling, Borges, Stevenson, Greene, Miller (lean Libros en mi vida) quienes subyugados, súbitos y eternos esclavos de ese maravilloso vicio impune que es el obtener textos pasaban por las horcas caudinas embargados sobre todo a su lectura merced al hallazgo literario. Escribas y lectores de verdad, siempre en búsqueda, al grado que se ha llegado a pensar que tal vez por ello escribían, ese vivo interés (inclusive académico) por la palabra o por escribir lo que no se ha leído aún. J. R. Ribeyro en su primera prosa apátrida exclama: "¡Cuántos libros, Dios mío, y qué poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos!", y, es verdad incluso las bibliotecas personales se plagan de libros que uno nunca leerá. El literato peruano decía primero que entre aquellos libros perdidos inclusive se ubicaban los que él mismo había firmado y se preguntaba después qué quedaría de toda esa montaña escrita luego de algunos años. Pero a pesar de la existencia de todo lo documentado se ha dicho poco, por ello se sigue escribiendo y publicando: así el terreno de lo no-escrito aún es mucho más vasto que lo impreso. ¿Qué hace de la obra un clásico, ya que éstos "atraviesan los siglos airosos y robustos"? Perdurar, he ahí la cuestión.
Recuerdo claramente como la revelación de un íntimo secreto el preciso momento cuando ya sabía leer, no las letras de los avisos publicitarios de la mano de mi madre en las viejas calles de mi pueblo natal: Chimbote, sino un libro de verdad. En la casa de mi madre había una Biblia, algunas novelas románticas, textos de costura, historia, botánica y educación. Tal vez aquel libro que ella me regaló ocasionó la crisis e influenció en el futuro. A los siete años con mochila prestada y atiborrada de cuadernos reciclados marché rumbo a la escuela. Iba feliz; pero ésta me decepcionó un poco; sin embargo en el transcurso de semanas me hice a la costumbre. Los que veníamos del norte tomábamos por aquel entonces un microbús que llevaba el sonoro nombre de Ramón Castilla, como años después tildaron a un compañero nuestro porque supimos estableció secretos amores con María Pinedo, una morenita buena moza con rasgos más occidentales que africanos. Del colegio recuerdo a su director, era un ser monstruoso, un gordo desalmado con un nombre tan horrible como él: Grocio; éste no vacilaba en propinar una cachetada limpia a quien se le ocurriera cuando no supiera una estrofa o estribillo del himno nacional. Ya en secundaria una vez castigó a ese par de jovenzuelos por haberlos encontrado leyendo en plena formación, y les hizo cantar el consabido himno en medio del patio cuando todo el colegio permanecía en clases. Seria tarea la de los canarios cantar para ser estropeados por la indiferencia: él los vigilaba desde su oficina. Muchos nos escondíamos de sus furias repentinas en los baños; pero yo más bien me escabullía incluso de las aburridas clases y me internaba en ese reducto que dirigía un jovencito de finos bigotes y gruesos anteojos. Ese lugar era un refugio para mí, allí a nadie se le ocurría acercarse. Suerte de campo minado, Grocio jamás se asomaba por ahí a pesar que se ubicaba frente a sus oficinas. Nunca olvidé su imprecación: ¡Prohibido leer!
No falta quien piense que no se lee sino cuando hay exigencia lo cual es el camino menos adecuado. Ahora en contraparte se asocia a la lectura la obligación a una actividad que consume mucho tiempo, y de lo que se trata de hacer es que la lectura sea vista como lo que realmente suele ser: una diversión total, un mero placer exquisito y delicioso. Al escribir esta línea pienso en Grocio, me crispo aún de temor, y recuerdo su prohibición o exigencia, y, naturalmente al cabo de los años lo comprendo y me digo que quizá su negativa también contribuyó a la búsqueda de la curiosidad y quizá deba agradecer su indirecta prohibición.
Hace poco los herederos de Víctor Hugo denunciaron ante la justicia francesa la publicación por encargo de la editorial Plon de una novela que se presentaba como la continuación nada menos que de Los miserables, titulado Cosette ou le temps des illusions (Cossette o el tiempo de las ilusiones) demandando la prohibición de tal y una reparación de 600 000 dólares. Disputas legales aparecen cada cierto tiempo pues la industria editorial busca ya no la publicación de escritura para inmortalizar sino servir al consumismo. Por ello María Kodama, la célebre viuda de J. L. Borges, enjuiciaba a Jean-Pierre Bernés editor de Gallimard con quien el escritor argentino grabó más de cien cassettes con conversaciones literarias, reclamando la propiedad de las cintas magnetofónicas no por ser material de interés para el análisis literario sino por la fuerte suma de dinero que representaría en sus cuentas bancarias. Eso en torno a algunos herederos y escritores; y propiamente dicho en cuanto a editores con permiso o sin él cada cierta época kafkianamente aparecen cartas, conjunto de anécdotas, fichas, apuntes, cuadernos, diarios, memorias que han "dejado" ciertos escritores o artistas, y habrían permanecido escondidos en baúles o canastos, o encargados a un amigo que no daba cuenta de ellos. O se editan compendios de celebridades que estrenan como escribas. Aparecen nuevos títulos de libros escritos a encargo -yo tengo un par de amigos negros por ahí, y así mismo he hecho ese trabajo-; y claro boxeadores, reos, brujas y chamanes, cocineros, políticos, actrices e incluso periodistas de magazín "escriben" su libro. Así por ejemplo Claudia Schiffer la célebre top model alemana y pareja del mago que tiene el nombre del personaje más popular de Charles Dickens, publicó hace algunos años en un conocido centro comercial de Munich su autobiografía "Ganz privat", y entre los nuestros eximiendo de la cuenta a otros una conductora de televisión y hace poco un cantante de baladas han encargado la publicación de algunos títulos, con lo cual la industria editorial pretendería fomentar el aumento de la lectoría. O imprimen más del tiraje acordado y por ello pagan menos y ganan más del autor. Es una suerte de lucha entre mafias.
Dado que nos hemos acostumbrado a la idea de ilegalidad o criollismo, nuestro país se ha dedicado a exportar libros piratas y nos hemos acostumbrado a tener en casa ediciones ilegales de películas, discos musicales o libros aun antes de que salieran a las calles legalmente; sin embargo ello ha hecho también populares a ciertos autores. Si te plagian o te piratean es señal de que marcháis por buen camino. Se argumenta que el Estado peruano deja de recaudar millones de dólares en impuestos cuando se compran libros piratas; pero la verdad es que en el fondo el problema radica en una carencia de educación y desde luego conciencia de la misma entre los ciudadanos de las clases más bajas; y no es un problema de este gobierno en particular, en realidad nuestro país nunca tuvo una política cultural y no existe (acaso no es necesario) un Ministerio de Cultura que se preocupe del tema.
Desatada la inmensa piratería [¡ay!, si piratearan lo mejor] no falta quien opine que es necesario crear una fiscalía ad hoc para erradicar toda creación pirata y así favorecer a creadores y ciudadanos. Pues bien basta recorrer las calles de Lima y ver que están llenas de vendedores de libros, los ofrecen en los paraderos o frente a los supermercados. Hay quien los llama "mercaderes del arte" pero el ambulante librero no posee culpa alguna, más bien busca un interesante medio de ganarse la vida antes de caer en la delincuencia común. Es verdad que dado grandes tirajes ilegales no se perciben como mecenas culturales que desean propiciar la lectura; pero al igual que los editores legales mueven millones de dólares en el negocio de los libros que no se leen, y no lo hacen por favor a la cultura. La aparición de la piratería es una respuesta ante la demanda, ante la carencia de los precios inalcanzables. No queda otra que bajar los costos. Dado todo ello la congresista Martha Hildebrant con su habitual estilo ha llegado a decir que se debería incinerar todos los libros 'piratas'. Es verdad que el Estado no brinda protección a los editores y mucho menos lo hace con sus creadores. Es más los mira con cuidado y de reojo haciéndose el desentendido; nada más errado. De otra parte en el Perú -y aun a pesar del esfuerzo de Promolibro [Consejo nacional de democratización del libro y de fomento de la lectura]- a decir verdad no se han tomado las medidas propicias para la difusión estratégica del hábito de la lectura ni para instituir más bibliotecas de calidad; el propio Hugo Neira lamentaba en un programa radial del poco presupuesto asignado para la Biblioteca Nacional.
Germán Coronado, dueño de Peisa, una de las empresas editoras más grandes del país, ha llegado a afirmar que el Estado compite deslealmente con los editores ya que tanto el Congreso, el Banco de Reserva, el Diario El Peruano y Prom-Perú publican libros lujosos con lo recolectado en recaudación fiscal, en lugar de brindar protección a los mismos o combatir la piratería. Otra manera de contrabando no tan mencionada acaso porque los tratados académicos son de un mercado más reducido sería el fotocopiado de libros completos en las universidades. En la de San Marcos, mi alma mater, existe la tienda de "Mary" quien es conocida en casi todo el Perú puesto que regenta un kiosco a la entrada de la puerta principal que posee listas interminables de libros de todos los títulos y materias los cuales salen a pedido de boca, industria que tiene el viso concesivo de profesores y autoridades. Pero la pregunta sustancial es cuántas personas en el Perú viven de la piratería no sólo en materia de libros, sino de películas, discos musicales, ropa, etc. Se calcula que serían tan sólo poco menos del millón y medio.
En una serie de reuniones organizadas en el imponente edificio del Museo de la Nación con la finalidad de mejorar La Ley de Libro a la que asistí con mi dilecto e instruido amigo el melómano y orgullosamente librero David Marcos Mercado (a la de nosotros seguía la de creadores), y donde mientras el ministro de Educación del régimen del presidente Toledo, Ing. Javier Sota Nadal y el Dr. Guillermo Lumbreras, director del Instituto Nacional de Cultura entre otras autoridades escuchaban las ideas de los invitados, el inefable Carlos Ballón, profesor universitario y jefe del Fondo Editorial de la Universidad de San Marcos esperó su turno en las intervenciones programadas, y en cuanto le tocó exponer se incorporó de su asiento, y, antes de retirarse dijo que todo era vana ilusión y una sincera pérdida de tiempo, que lo disculparan que tenía cosas más importantes que hacer dejando enmudecida por algunos segundos la mesa de debate (lo digo sin ánimo de agraviar y más bien de resaltar su actitud, a pesar de algunas diferencias propias y personales con él); por única vez casi coincidí con el catedrático; yo con mi espíritu de observarlo todo me quedé hasta el final. Todo siguió las riendas normales, lo que se perdió el ausente fue cierta lluvia de opiniones acerca de la mejora del proyecto de la Ley de Libro, unos sabrosos sándwichs, vasitos de café o gaseosa, nada menos. Nos hicieron opinar y se discutieron ciertas ideas, realizaron apuntes, se hizo un documento y se publicó en una página web oficial con los nombres de los firmantes y después todo fue letra muerta.
En realidad lo que se pretendería con la Ley del libro no es generar compradores de libros sino lectores críticos y reflexivos; pues habrá que enseñar dialéctica desde la infancia. No se ha hablado de eficientes programas de lectura para madres e hijos, de capacitación para promotores y voluntarios en convenio con los docentes, de la necesaria creación de valiosas bibliotecas familiares y vecinales, de métodos estratégicos para lograr que el libro se convierta en una vital ayuda para los profesores, mucho menos de los libros digitalizados. Y estoy seguro nunca se ha manifestado el amor hacia los libros. Quizá no falte quien diga que ya se ha discutido y dicho de todo; pero acaso sin tener en cuenta que en nuestro país hay tan sólo poco menos de cincuenta librerías legales para casi veinticinco millones de habitantes. ¡Y se llama Perú!
La revolución de Gutemberg produjo textos inagotablemente y los volvió más baratos; pero no cambió las relaciones entre escritor, lector y libro. La desidia política hace de la cultura en nuestra patria una exigencia secundaria y hasta peligrosa, y así este liberalismo exagerado se ha resistido a exonerar de impuestos a los libros, sumado al desinterés del ciudadano de a pie. Ahora los sorprendentes avances de la informática y los medios audiovisuales casi han desplazado a los impresos; sin embargo habría que advertir que las leyes de Solón se grabaron en madera, los mandamientos de Moisés y las tablas de la ley romana en piedra, luego ya aparecieron los pergaminos, el papiro y finalmente el papel, constituyente natural del libro; así en la actualidad la pantalla del ordenador bien puede sustituir un libro común y corriente digan lo que digan los editores y algunos escribas que lo niegan y no obstante llevan bibliotecas enteras en sus lap top a cualquier parte del mundo a donde vayan y publican sus escritos en la web.
La cibernética ha asumido el libro sin hojas, plenos de contenido e información para ser procesada. Han aparecido para bien de los lectores de verdad como bienes intangibles los libros digitalizados. La tecnología no ha matado el libro ni a los lectores sino ha incrementado su difusión y popularidad a clases que no tienen acceso a los mismos. La revolución electrónica ha dado pie a una suerte de revolución cultural lo cual permite tener en nuestros propios ordenadores cientos, talvez miles de libros que uno si no se ordena nunca terminará de leer a cabalidad. La miniaturalización en microchips de bibliotecas enteras y las facilidades que ofrece la realidad virtual (inclusive programas creadores de textos como el Brutus I) rayan la ciencia ficción, despejan espacio físico y se topan con los verdaderos lectores pues la experiencia del lector de a de veras es de deleite y nueva búsqueda en la relectura y goce. Así de la propia red se pueden descargar cientos o quizá miles de libros. Textos inalcanzables por los precios o porque sencillamente no se encuentran en librerías.
El texto existe en cuanto se lee, pues la lectura es fundamentalmente un acto creador, así uno no lo posee porque tenga el objeto material sino porque haya comprendido ese mensaje abierto que alberga cada uno de ellos. Ahora gracias a la Internet es posible producirlos y editarlos sin salir de casa. De algo estoy seguro a futuro: se leerán y escucharán libros en los teléfonos móviles, así dejarán de ser un objeto de lujo y adorno más, que muchas veces en casa el padre no desea que siquiera lo toquen y permanecen embolsados en una biblioteca inaccesible.
Amazon.com es la librería virtual más grande del mundo así como el Boulevard de libreros de viejo al aire libre del jirón Amazonas en el Perú -hasta hace algún tiempo dirigido por David Marcos Mercado- en pleno centro de Lima es la más grande feria de libros de viejo del país y quizá de Sudamérica. Aquellos libreros (tengo muchos amigos entre ellos en cada ciudad que visito y siempre pago el precio que piden por los libros: es una manera de tener los que uno quiere o busca luego) que atiborraban siete u ocho cuadras de la Av. Grau y hace algunos años también por necesidad tomaron las veredas e hicieron su puesto de trabajo, los vendían a por montones, producto del reciclaje cultural porque a cada cierto tiempo las clases altas se desprenden de viejas ediciones y prefieren las nuevas o porque sus propios hijos los venden para ir a alguna discoteca.
Para mí deambular por entre los pasajes de las ferias de libros al aire libre a pesar de una severa alergia al polvo es una aventura mayor. Descubrir el Boulevard de libreros de Grau fue un hallazgo mayúsculo en la vieja Lima de los años noventa que me permitió ver arribar incluso bibliotecas enteras de reconocidos intelectuales apenas fallecidos. Después se mudaron a Amazonas y yo con ellos. Allí mismo se ve también una lectura propia de la permanencia de un texto, si un libro está en el jirón Amazonas o en caso contrario los buenos libreros no saben del título, ipso facto la publicación puede ser requerida o nunca ha existido.
Así que sino tiene una computadora en casa, no se desanime: una buena opción son las librerías de viejo. Hay que olvidarse del libro como fetiche y no queda más que leerlos y releerlos, rayarlos, tacharlos, meterse a la cama con ellos. Yo no suelo prestar los míos y no quito el ojo de ciertos títulos cuando alguien me visita en casa y se acerca a mi biblioteca personal, porque los libros leídos son testimonio de la vida, muestra de la experiencia por donde uno transitó; sin embargo desde que los tengo en CD Rom y he logrado releerlos en el ordenador, me ha sido relativamente fácil desprenderme de ellos, incluso he donado algunos a ciertas universidades que no acusan recibo.
Hace algún tiempo en los jardines de su propia casa conversaba con Oscar Colchado Lucio mientras un amigo periodista hacía una entrevista al poeta Hugo Romero, y noté una suerte de preocupación de parte del autor por la impresión pirata de Cholito en los andes. El escritor me preguntó dónde podía conseguir la reproducción para erradicarla de una buena vez por todas pues afectaba sus ingresos además que las coleccionaba; pero advertí en el escriba ese secreto orgullo [pernicioso para algunos pero sin duda halagador] de la solicitud de sus obras, muestra que se le está leyendo. Cuántas veces he asistido a ferias y presentaciones e incluso en algún taller literario y he visto a Oswaldo Reynoso vendiendo sus propios libros con un sello y firma numerada en lucha contra la piratería; y, más de alguna vez ha dicho orgullosamente ser el best sellers más leído del Perú. Así mismo algunos amigos impresores han editado cientos, tal vez miles de libros según la demanda del mercado, incluso los del propio Reynoso. Recuerdo que Carlos Eduardo Zavaleta cuando me entregó el premio de los Juegos Florales de San Marcos señalándome me llamó a un costado y casi secretamente me reprendió por una mención que yo había hecho de 'un delator en la peor España de Franco', nada menos que el premio Nobel Camilo José Cela, en fin cedimos a Umbral y al final a su propia labor de escriba: me contó que a mi edad él vendía sus libros casa por casa y que era una buena medida hacerlo. Uno de los más grandes escritores peruanos había vendido sus libros a domicilio así como mi amigo Enrique Tamay o el poeta Carlos Bayona que quizá sea el trovador más comprado en el Perú, más que el propio Antonio Cisneros o el fenecido suicida Luis Hernández pues ha irrigado con sus plaquettes las aulas de los colegios y universidades peruanas.
Sucede ciertamente que cualquier persona natural o jurídica sin necesidad de poseer amplios recursos puede producir y difundir libros a bajo precio. Es otra variante del mercado, pero a las ediciones en papel existen ofertas increíbles que quien no publica es sencillamente sólo porque no quiere, pues por ejemplo la editorial Fondo de Cultura Peruana presenta la posibilidad a escribas de cierto renombre (si no creen que al novicio creador le hacen un excelso favor: la oportunidad de su vida) ya que realiza ferias itinerantes de ventas a un sol y con cientos de títulos a precios módicos, aunque se descuida la edición con erratas y mutilaciones bárbaras. Otro problema es que no se paga los derechos de autor sino con libros o desidia, se reedita el número que desee según pida el público sin rendir cuenta a nadie, así poco es lo que puede ganar el escriba sino la difusión de sus trabajos.
Dado ello algunos se dedican a colaborar en los medios periodísticos. Pero, ¿será beneficioso aparecer en los medios? Hay quien piensa que en este país del Tercer Mundo la difusión de las obras de arte (estrictamente la pintura y la escritura) es una labor por la que se debe de estar agradecido. El pintor Fernando de Szyzslo, dice que jamás se habría pensado en lucrar con el trabajo de la gente y que más bien ello ayuda a difundir el arte y la cultura; pero hay quien piensa como Eduardo Tokeshi que la prensa y los artistas deben de trabajar al limón en respuesta por ejemplo a la iniciativa de Apsav (Asociación de Artistas Visuales) de que por cada publicación paguen al autor. En contra parte Víctor Delfín afirma que las revistas y periódicos no pagan las fotos de las creaciones cuando en todo el mundo así se hace: "pagar por los derechos de autor es lo justo". Y afirma que cuando un medio de comunicación (como también piensa el polígrafo Marco Aurelio Denegri) publica una nota en realidad no está promocionando al artista sino se está favoreciendo a sí mismo.
En realidad la imputación tiene larga data cuando en los años sesenta en Europa se empezó a trabajar por los derechos de autor de los artistas; sin embargo vivir del arte o la actividad literaria en el Perú es complicado y poco menos que un sueño iluso y aun ante ello hay quienes utilizan el trabajo con fines estrictamente comerciales, y, existen casos graves incluso dentro del periodismo cultural e informativo al grado que suelen aparecer publicaciones cortadas, plagios descarados, notas, memorias, crónicas, artículos y estudios que no duermen en paz y que se atribuyen a otros sin saber o quizá a sabiendas que por ejemplo la Revista de arquitectura Arkinka se enfrentó a juicios por reproducir fotos de cuadros de Pablo Picasso y de otros pintores sin haber establecido el permiso.
Tengo en mi pupitre un recorte de hace más de diez años donde en una foto se le ve al bueno de Julio Ramón Ribeyro con los ganadores del concurso de cuento y poesía que había organizado para entonces y por su aniversario La Revista Lundero, suplemento cultural del diario La Industria de Chiclayo y Trujillo. Se ve la felicidad de los ganadores mostrando sus premios pero no se podía disimular a poco menos de un año de su muerte y sumido en un marasmo valetudinario la extenuación de Julio (murió antes de recibir el Premio Juan Rulfo en 1994) que en lugar de estar disfrutando de su ardua tarea de escriba tenía que hacer de las veces de jurado. Por cierto el maestro en el tercer tomo de su diario La Tentación del fracaso (los tomos restantes fueron vedados por Alida, su mujer) consigna en una lista de diez grupos o géneros qué libros se llevaría a una isla desierta y donde menciona dentro de un esquema de una elección balanceada no sin antes afirmar que el tiempo y las lecturas, lejos de traer certezas le habían sembrado dudas, entre los autores al novelista Gustavo Flaubert, célebre e impenitente solterón quien poseído se desvivía por leer cientos de libros a fin de componer sus novelas, ya sea Bouvard y Pecuchet o incluso la propia Madame Bovary. Flaubert quién afirmó que él era la Bovary aseguraba que era un lector omnívoro. Leyendo con detenimiento la novela también se puede realizar una lista de sino las predilecciones de Bovary o Flaubert al menos ciertas lecturas del genio: un resumen de la Historia Sagrada; Las Conferencias del abate Frayssinous, un predicador francés; El Genio del Cristianismo, obra maestra de René de Chateaubriand y algunas canciones ga­lantes del siglo XVIII. Recordemos la búsqueda de descripciones de muebles en alguna obra de Eugenio Sue, su suscripción a La Corbeille, un periódico femenino y al Sylphe des salons; y que también leyó a Balzac, George Sand, Sir Walter Scout, Nuestra Señora de París de Victor Hugo, versos de Lamarti­ne y entre otros alguna revista de medicina aunque aun más obras se suelen apreciar en los borradores de la novela. En una carta a su consejera y amante Louise Colet le confiesa haber estado leyendo para su Bovary: ".varios libros para infantes; [...] estoy medio loco por todo lo que ha pasado hoy ante mis ojos, desde viejos recuerdos hasta relatos de corsarios y filibusteros. [y prosigue] Llevo días intentando entrar en sueños de jovencitas, navegando en océanos lechosos de la literatura de castillos y trovadores."; en fin como expresó J. L. Borges la lectura es una de las formas de felicidad que tenemos los hombres.
Hoy al cabo de tantos años recuerdo mi primer libro que leí y pienso que quizá ese libro marcó mi destino porque en mi camino de vida después fui recogiendo libros de toda índole a por doquier. Un día cuando ya había terminado la secundaria salí de mi casa de Chimbote a dar una vuelta por el mundo. Era un párvulo ordenado, metódico. Formulé mi plan de equipaje: poca ropa, un viejo reloj despertador y textos de cabecera que he llevado siempre conmigo. No faltó en aquélla colección alguna edición pirata de un clásico griego o latino: La Iliada de Homero y Las Odas de Horacio, por eso que otorgan rotundez a la prosa que había leído en un Tratado de técnica del aprendizaje de la escritura; con ellos iba algún libro que me regaló mi madre o una novia y que me permitieron seguir viviendo en los tiempos más duros; alguna vetusta e incompleta edición de las Mil y una noches; El Quijote y El Decamerón; sumados de las obras completas de un escritor peruano; y el complemento que habría de seguir recolectando en mis caminos sucesivos: una colección casi perfecta de las revistas de literatura que se adicionaba a una edición de los Premios Nobel. Después ya en el camino encontré muchos otros libros, mujeres inesperadas, mozas que me remitieron a compendios, nueva indumentaria, avenidas e imprevistos senderos. ¡Ah, época en que al decidir caminar tres o cuatro kilómetros podía darme el lujo de comprar, o, robar varios libros con el solo y único propósito de leerlos! Hasta que me dije a sí mismo que no adquiriría un solo ejemplar más. Gran mentira y falsa promesa. Acabo de comprar uno para regalarle a mi madre en su sexagésimo cumpleaños; y, sigo adquiriéndolos, esperanzado de que en alguno -no importa su naturaleza- encontraré también por fin el secreto de aprender a escribir. Sí, cual dijo el maestro tal vez lo que pueda restituir grande y elocuentemente ese goce extraviado por la lectura sea la destrucción de todo lo escrito, y, la proeza de partir cándidos, alborozados como cuando el encuentro con esa primera lectura, lozanamente desde cero.~

No hay comentarios:

Publicar un comentario