sábado, 2 de mayo de 2009

Mis cuadernos azules

¡MIS CUADERNOS AZULES,
PRONTO LLEGARÁ LA PRIMAVERA!

...y entonces me quedé sin trabajo.


Decía Alfredo Bryce Echenique en sus Antimemorias-Permiso para vivir que efectivamente el escritor es la quintaesencia de la vagancia. Vago y sin dar golpe, hasta que después de miles de tropiezos por fin puede uno ya sentarse a trabajar (que en el Perú no es más que un sinónimo de travagar); y eso que escribir no sería de ningún modo más que una justificación propia, y, conociendo la insatisfacción artística del ‘escritor de raza’ ante la exigencia pecuniaria de la mujercita-mártir que acompaña al artista-promesa casi me quedaba sin mi madre. Con la costumbre de dejar todo; pero todo, absolutamente todo para última hora, aún las tareas más atractivas, por lo ordenado dentro del desorden en jerarquía placentera y así pretender la posibilidad de dar golpe o morir como Proust queriendo que abran las ventanas, no escribía absolutamente nada.
Ante tanta postergación me casé con M.. Claro y ella, al poco menos de un año, que tantas veces había visto en el escritor en ciernes un entuerto a enderezar y tratando de rectificar ese mal hábito encarnado que se confundía con la vocación artística apenas si se llegaba al año intentó, razonablemente, la separación, pues el gran artista era el gran obstáculo para el futuro de ese gran escritor que debía llegar a ser si escribía disciplinadamente y con horarios milimétricamente calculados, además de contribuir puntual al sustento del incipiente presupuesto familiar; y entonces me quedé sin trabajo.


Y como los expertos decían que no hay que desesperarse, con mucha paciencia y tesón comencé a ayudar primero a mis amigos escritores, desistí de cualquier intento político para no agrandar el obstáculo y seguí una serie de consejos prácticos, esos que son la panacea universal para todo incluido la creencia en lecciones prácticas, culpando hasta ya casi mis ancianos padres, mi bajo nivel de autoestima o un notorio temor al fracaso en lo literario.
Hay quien dijo que significaba un estímulo psicológico, necesario y equilibrante el hacer todo a última hora y que de suceder el divorcio o buscaría una mujer que me impulse todo el tiempo en una especie de simbiosis natural o pasaría irremediablemente y sin perdón por una suerte de cadena intermitente de separaciones y divorcios al tanto que descubrirían mi verdadero temperamento de eterno escritor en ciernes. Desempleado, flaco y deprimido sufrí mi primera separación a la que mi madre acudió tan sólo como observadora de dictámenes contundentes que empeoraban la situación y claro organicé archivos, empecé lecturas, terminé otras, tomé interminables tazas de café, limpiaba la habitación, mis dos escritorios, ordenaba mi biblioteca, sin dar golpe en lo importante hasta que me decidí.
Pero no faltaba la vecina, el amigo, la necesidad, la visita, el vendedor. Vivía entonces en Lima norte en la casa-cuarto que había adquirido en concesión con el dueño, un personaje por lo demás extrañísimo, que se creía ‘Inka’ y lo era, soy testigo; mientras tanto yo dictaba clases e intentaba escribir mi primera novela; pero la fuerza imponente de voluntad se veía mellada por la bella vecina que a cada instante concurría al profesor que necesitaba trabajo y terapia psicológica para salvar su maltratado matrimonio, su inusual conducta y su vida misma. Así que me sometí a un horario, intenté hacer escribir que es lo más útil que un escritor puede hacer, cuidando no retrasarme y aunque recordaba de cuando en cuando retrasar algo siempre, teniendo en cuenta que los domingos desde cualquier lugar del mundo, así hubiera guerras mundiales, siempre a la misma hora me comunicaba con mi madre, eso sí.
Pero en fin, tratando de ganar tiempo al reloj cómo odiaba a los cinco relojes que había colocado estratégicamente en todo lugar visible de la casa-cuarto que en lugar de aliviarme me causaban esa ansiedad, terribles dolores de cabeza y jaquecas que se multiplicaban por semanas con sus días y segundos sobretodo cuando la vecina con todos sus atuendos, bellísima, llamaba a la puerta con tantas preguntas como sonrisas; y ante la sospecha egocéntrica de ambos la veía como un potente rival que estaba a punto de tirarle la puerta como lo había hecho con un pertinaz y sesudo exegeta bíblico, era ya un rival con todo sus atuendos que debía vencer, neutralizar o hacerla desaparecer estratégicamente como había sorteado a las mujeres más hermosas y más amigables hasta entonces, porque era el escritor dedicado total y absolutamente a su arte. Había conocido tantas hasta entonces pero mi enemiga ya traía presiones o halagos: buscaba deshacerme; y yo, que hasta entonces sólo hacía de cuando en cuando un sacrificio por mi mujercita la mártir por aquello de que por la persona amada hay que privarse de lo que a uno más le gusta y renunciar a ciertas ‘comodidades’, a regañadientes cedía al término de mi labor de escriba.
Al borde del egocentrismo y por razones de convivencia propia, aunque era una mujer prosaica y casi un personaje decidí por la fraternidad amical tan mal entendida. En camino a una convivencia civilizada y de paz auténtica con M. afianzando todos los pilares del matrimonio, tan sonoros, hacían de la vecina una fiera con sus dos pequeñas hijitas tan bellas ambas, que me llamaban ‘papá’. Lo cual provocó sin duda que M. retomara a consideración su marcha atrás y por supuesto se fue, regresó y se volvió a ir con esporádicas visitas. Y aunque pensaba fiadísimo que basta con hacer confianza y seguir adelante como había recomendado García Márquez alguna vez a un periodista amigo, me di cuenta que decirle al ser amado lo que uno siente para la mejor comprensión y no adelantarme a sacar conclusiones medio literarias y abandonadas a la fantasía, confundiendo la realidad con la ficción, era casi casi el camino adecuado, caminante no hay camino se hace camino al andar y seguir adelante; y claro la historia continúa; pero ya quedará para otra ocasión la nota en que, ustedes, sepan porque me separé definitivamente, me cambié de domicilio, conseguí un trabajo de sobrevivencia, tuve otros afectos -no precisamente con la vecina en alusión sino con su bellísima y joven hermana, y algún otro romance por ahí-, y, al final yo siga sin saberlo; por lo pronto veo además con aprensión en uno de los relojes que no me queda sino unos minutos para una cita con ésta última y por ello le digo adiós a mis lectores y me voy en búsqueda de mi nuevo amor aunque afuera llueva inesperadamente. Hasta la próxima.~

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