miércoles, 6 de mayo de 2009

Lima norte: una expedición de imprevistos descubrimientos

Lima norte: una expedición de
imprevistos descubrimientos

El panorama permanece constantemente en cambio, como las piezas polícromas de un rompecabezas.

Lima Norte es una ciudadela de imprevistos hallazgos, en primera instancia reúne a otros conglomerados, algunos de los cuales limitan con el contorno de San Juan de Lurigancho, el Rímac y la provincia constitucional del Callao. A diferencia de algunos años ahora ya ningún ciudadano del norte limeño, acaso porque es parte de una zona que no mide las fronteras del esfuerzo y el progreso, duda en nombrar su residencia. El distrito más popular es el famosísimo “Los Olivos”, en que la céntrica avenida Carlos Izaguirre reúne las más de quince largas cuadras más comerciales de todo el norte; pero este lado de Lima posee cientos de negocios de diferentes rubros donde se pueden encontrar ubicaciones inesperadas en lugares imprevistos, como en el Boulevard de los Olivos, la contigüidad de un hotel, varias discotecas, dos colegios y una “clínica ginecológica” casi en la misma cuadra.
Si hubiéramos viajado mucho nos atreveríamos a afirmar que existen algunas calles con cierta similitud con alguna avenida comercial americana, pues bien por lo pronto nos basta decir que si uno sale de la nueva Plaza Vea (donde antes se ubicaba el hipermercado Metro) por la puerta Nº 3 se encuentra con un panorama grandilocuente donde descolla el imponente Mc Donald’s y la botica Inka Farma, que flanquean la entrada del Royal Plaza, junto a Cine Planet, la pollería Las canastas y los cerámicos Casinelli; y, como parte del “Centro financiero y empresarial”, el Banco Continental y el De Crédito, que sostiene sobre sí al famoso restaurante Rústica. El hecho es que se percibe una diversidad de colores que uno piensa estar frente a un espectro a tan solo unos cuantos pasos y si no fuera por las voces de mujeres oferentes de llamadas telefónicas al paso con sus chalecos amarillos y naranjas y hasta diez teléfonos celulares en las manos o por algún bufón disfrazado exageradamente de mujer que ofrece caramelos, obnubilado se trasladaría a tocar ese arco iris multicolor.

El panorama permanece constantemente en cambio, como las piezas polícromas de un rompecabezas; no en vano a cada distrito colindante se le llama “el distrito emergente”, pero todos los que conforman Lima norte son sin duda prominentes en esa circunscripción donde “todo cambia” como cantaba Mercedes Sosa, al grado que no se sabe a ciencia cierta los confines de los mismos, así la rentable zona comercial es una franja en conflicto entre Independencia, Los Olivos y San Martín de Porres, que la quieren suya porque el progreso es la solícita consigna también en rentas para los municipios.
Lima norte al igual que Lima céntrica tiene su jirón de la Unión pues entre Mega Plaza y Plaza Vea se ha originado una suerte de pasarela: al salir del Royal Plaza camino a Tottus se cruza la calle Los Andes, y uno puede adentrarse por el jirón que lleva nombre de vía: “Calle 1”; por esa travesía, apenas unos ciento cincuenta metros, en un día cualquiera transitan poco más de 200 mil personas que van y vienen de compras de uno u otro centro comercial, o que simplemente salen a pasear con sus seres queridos mientras cotizan los precios de las más ansiadas mercaderías y, en la marcha, observan varios videntes al paso, vendedores de ungüentos para la piel, golosinas, carteras e inesperados regalos, peluches y libros, flores artificiales y chucherías improvisadas, entre gente apresurada que transita de un lugar a otro.
La prostitución no se ha hecho esperar por estos lares así el hotel Ibis, cercano a las oficinas de la Reniec, ampara a cuantas meretrices y algún parroquiano ansioso soliciten una habitación cuando ya la noche se adentra, la gente retorna a sus hogares y aquellos que han hecho un buen negocio celebran en algún bar de la calle Los Andes; y quien busca un placer diferente puede adentrarse en ruta hacia la intransitable avenida Industrial que encontrará un cóctel de travestis cada cual al más exigente gusto; ello no ha sido óbice para que la emergente visión empresarial y concentración comercial en este lugar desde hace ya poco más de diez años, haya hecho que el Icpna arriesgue a establecer una sede en la casi siempre peligrosísima avenida Pacífico, que colinda con el sur de Mega Plaza.
Como al extremo septentrional el pujante distrito de Villa El Salvador, el concentrado norteño se beneficia de los dos supermercados más grandes de la ciudad y sin embargo posee cientos de pequeños mercadillos colindantes los que no pueden hacer una guerra comercial pero que tampoco son fulminados por aquellos; y están compuestos en su mayoría del 90 % de provincianos sobre todo del norte del Perú: Chimbote, Trujillo, Chiclayo y Piura, en respuesta a la migración que llegó a la capital desde los años cincuenta; así Luchito Pilco, vecino de Los Olivos, recuerda que hace ya algunas décadas este cuadrante era una zona campestre lleno de cañaverales, donde se podía disfrutar aún el verde natural y respirar un saludable aire puro.
Si uno arriba a la ciudad de Lima desde el norte, al amanecer o al caer la tarde, antes que se adentre el sol, podrá observar a ambos lados de la Panamericana kilómetros de lomas con cientos de pequeñas casitas multicolores, porque Lima norte es la zona del color; y si llega de noche o madrugada los colores se tornan en destellantes luces que irradian de brillo esos cerros de Ventanilla, Puente Piedra y parte de Carabayllo que hace algunos años eran tan solo desérticos arenales. Lo que ofrece nuestra capital al llegar por el norte es sinónimo de pujanza y civilización de un pueblo que tiene en su sentir propio la experiencia del hambre y la miseria como fortaleza ante la calamidad de la pobreza nada casual. Así a las seis de la mañana ya una docena de controladores de microbús se agolpan en la intersección de la avenida Izaguirre con la transitada Panamericana, que en su trayecto da cuenta también de llamativos avisos publicitarios de los más famosos grupos populares de cumbia, colegios de nombres inesperados, academias preuniversitarias y cementerios entre otros.
Si uno embarcado en su automóvil conduce desde el centro de Lima hacia el norte, localizará el trébol de Caquetá y bien puede escoger salir por la avenida Tupac Amaru o la Alfredo Mendiola (que no es más que la Panamericana norte). Si va por la primera: se encontrará con la Universidad de Ingeniería, una entrada al Hospital Noguchi y el Cayetano Heredia, y, luego de unos minutos, frente al paradero “Farmacia” hayará agolpados en horas de la tarde o la noche cientos de personas ante cómicos ambulantes, cerca de la Municipalidad de Independencia, antes de llegar a la intercepción con la avenida Izaguirre donde sobresale una estatua de Temis, la diosa de la justicia; pero más interesante es embarcarse por la segunda que es casi su paralela: cruza usted, el mercado de Zarumilla, emprende la vía directa hacia el norte y llegará a la Municipalidad de San Martín, el intercambio vial de Habich que no es más que un enorme puente de cemento, luego al Terminal terrestre de Fiori desde donde parten los ómnibus de ruta hacia el norte del país, cruzará el nuevo centro comercial que están construyendo, el paradero “Pilas” que da la bienvenida al distrito de los Olivos, y del cual se piensa que se llama así por el monumento que asemeja a unas pilas verticales aunque pocos saben que el nombre se debe a que ahí cerca existió una fábrica de baterías, pasará por el Instituto técnico Senati y en cinco minutos estará en el corazón de Lima norte, a su vez en la intersección con la Avenida Izaguirre.
Aunque en ambos caminos encontrará usted paredes pintadas de grupos u hordas de bandoleros, postes con avisos publicitarios como este: “atraso menstrual” y un teléfono de referencia; basura amontonada cada cierto tramo; una retahíla de papeles publicitarios al borde de la carretera (sobre restaurantes, institutos y academias de toda índole, tiendas de sex shop, casas de servicios ‘para caballeros exigentes’) que se han ido desprendiendo de las paredes o que la gente ha ido soltando después de recibirle a los volanderos; algún mendigo o anciano vagabundo al borde de la carretera o al lado de un armatoste de cemento en la berma central donde ha encontrado refugio para que nadie le moleste y allí, acompañado de su perro que husmea entre un pequeño basural, ha armado su universo propio; carros interprovinciales que se cruzan y microbuses que parecen carros interprovinciales con algún niño cantando antes de ofrecer caramelos de limón, querido pasajero.
Ya en el cruce de las dos famosas vías, bien puede internarse en Los Olivos siguiendo la avenida Las Palmeras hacia uno de los parques más grande del norte, el Lloque Yupanqui, seguir hacia el Retablo, esa zona de discotecas o hacia el norte hasta cruzar el río Chillón, de nombre casi onomatopéyico por la contaminación que recoge del distrito de Comas entre otros, y luego llegar a Puente Piedra y ya para la salida a los alejados Santa Rosa y Ancón, que por estar tan de esa parte casi no son considerados como del norte emergente; pero si aún es temprano y quiere echar un vistazo a lo que ocurre ahí dentro de los supermercados puede aparcar su automóvil en uno de los estacionamientos gratuitos para los clientes y ver los espectáculos infantiles o, más tarde, escuchar a los habituales grupos musicales, observar a los danzarines de aeróbicos, no quitar el ojo de las curvas y movimientos de “las bellas y sensuales sexy bailarinas”, entre alguna estatua cercana que hace de Robocop o una bella tapada idéntica a la de las épocas de la Colonia, que se mueven si y solo si se les echa una moneda en su fabulosa alcancía. Todo un espectáculo formidable.
Pero hay una característica que a pesar de ser manifiesta no muestra su rostro a cabalidad y es, después de haber trabajado toda la semana, esa confraternidad sabatina que hay entre los ciudadanos de esta zona que no viven en los lugares céntricos y comerciales, así al menos la mitad del casi interminable vecindario puede ser vista en sus puertas o ventanales observando un reñido partido de voley que se celebra con una cuerda de poste a poste como malla o de fútbol con dos piedras como arcos, o más tarde las parejitas de novios ahí cerca en el parque de la Municipalidad de Los Olivos donde se prometen amor eterno y las damas enamoradas sueñan casarse ahí nomás cerquita, en la Iglesia de la Avenida Las Palmeras, quizá la más significativa de todo el norte limeño. Se adentran las horas y ya al borde de la madrugada pasa el último carro que surca Lima de un extremo a otro, el cobrador con los ojos congestionados lanza un par de monedas al trasnochado controlador; y ya salen los rostros anónimos de los recicladores de basura sentenciados a hurgar en las bolsas y cubos de desperdicio que despiden los pequeños y grandes negocios, cuando decenas de jóvenes retornan de las más populares discotecas limeñas. Y así se va adentrando la noche hasta mañana que será un nuevo día en esa zona que cada día cambia nuevamente.

1 comentario:

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